Noctilucente

Te busca el aire y no entiende por qué. Yo tampoco entiendo. Cuando se trata de ti, es temperamental, el viento: invoca lluvia sobre los yermos; levanta las hojas y escudriña los rincones. 

Quizá lo que pasa es el cielo no se lo cuestiona, mientras que yo desgloso los recuerdos como si estuvieran hechos de sílabas. Al parecer también soy ciegamente temperamental cuando se trata de ti. ¿Cómo no serlo, si tu frenético sosiego inspira a los alto estratos? Quisiera reinventar las nubes y dotarlas de la música de tu silencio.(Quien las nombró, claramente, no era poeta). 

¿Cuántas horas te he soñado mientras floto en alas ajenas? Pero es que solo ahí te encuentro: en la antorcha del escorpión y en su inmolación. Ahí donde no existe el tiempo.

Una vez vi una pareja alcanzarse de un lado al otro del pasillo durante un aterrizaje turbulento. El gesto tenía cualidad de eterno. Con un simple movimiento del brazo, se alcanzaron a través de las décadas.

¿No te parece increíble que los pilotos describan la altura con pies y no con escápulas? Es por este desatino que permito que me inundes un rato más, mientras se aproxima la pista.

Prometí dejar de pensarte, y lo hago, te lo juro. Con la desidia de los años que vienen, yo llamo al olvido. Pero están los huesos crepitando, el sedimento del té, el decaedro traslúcido que apunta siempre a «6», las cincuenta varitas de milenrama, las ilustraciones —sí, a seis tintas—; el capricho de los zurcos epiteliales y las absurdas sinastrías...

Es por estos desvaríos, que entre el iris y la caída de las hojas (y también en los últimos minutos de cada vuelo), me permito quererte.

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