Emisario


No mires con mucho cuidado. Dime la verdad, tú ya lo sabías, ¿no es así?: que tengo una alternativa enrollada en las rendijas, que me escabullo justo después de entregarme. No, no mires mi huella en el alféizar, es que pensé que no volverías. Mejor dime cómo encontraste mi centella. Prometo —no—, perdona, no puedo. Sabes que a veces me angustio y me da por huir; lo prefiero a despertar y descubrir que volviste a ser vapor.

Busco mi fin en cada esquina, con tal de morir un poco. Me busca también mi muerte, y me llama, para hacerme nacer cada día.

Dime: a estas calles y a sus sirenas, ¿quién les ha enseñado mi nombre? Sospecho de ti, que emerges del musgo en los días lluviosos, con puñados de figuritas coloridas que has traído de otros mundos.

¿Por qué es a mí a quien le compartes? Sospecho que es porque tu risa se enciende cuando encuentra oídos abiertos. Dime, ¿es que de nuevo olvidé poner el pestillo?

Pero sigue hablando, que mientras te escucho no quiero escapar. Y es que cuando te leo, oigo tu voz, y puedo estar descalza.

¿A qué has venido? Quédate. Sigue rebelándote, como el granizo, al que se le ordenó ser agua y dimitió al mandato. No seas nunca común (no podrías). Sigue vibrando en mí con tu claridad crepuscular, ya habré yo de encontrar qué hacer con todos estos relojes.




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