Tabula rasa

Queremos siempre maltratarlos nosotros mismos: 

«¿No tiene uno nuevo?».

Y nos vamos, descuidados, con el libro en la bolsa, en la mano que suda, en la mochila de fondo flexible, donde también hemos metido unos buñuelos —intactos, para poder quebrarlos a gusto antes de comerlos.


Queremos siempre empezar de cero:

«Como si nunca me hubiera enamorado».

Y entregamos el corazón a su verdugo, que, habiendo empezado un diario en blanco, ha olvidado ya que es experto en sacrificios.

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