Niebla

 Voy desbordándome 

de un despropósito a otro.


Como el hilo de todos los cantos, universal, emerge el sagrado anhelo de incorporeidad.


A veces me pregunto si de haber contenido la respiración, tú hubieras exhalado en mi lugar.


Oh, gitano.

Ahora que lo pienso, sólo floreces en el ocaso.

Quisiera esperarte, mas, como tú, ya me he ido.


Quiero amarte como te amé cuando no te conocía. Quiero volcar sobre tus claras sienes la convicción del encuentro. Pero no hallo en mí la fuente y no te amo.


Déjame mirarte. Quizá surja como brea, el abrasador —oh, catapultante — pabilo encendido.

¿Qué habré hecho yo de esa flama que llevaba como marca en la frente? ¿Dónde ha quedado mi ensoñación? 

Ahora que tanto está en juego, no cuento con mi centella.

Te ruego: no te desvanezcas antes de que la recupere.


Quédate un rato más. Unas páginas más, solamente. Cien libros, quédate. Y claro, cuarenta y dos poemas. A donde sea, vamos.

¡Cómo te habría querido yo, lustros antes! 

Incandescente, ese suspiro se habría consumado en sí. Puro, mas no intacto.


Vayamos a lo alto y miremos atrás, en cada calle y quizá también en las notas olvidadas al margen del desdén.

¡Cómo quisiera «serme» en todas tus mareas y «suspirarme» en tus latidos!

Si has de cumplir tu destino, acepto tu partida, pero permite que te guarde sólo hasta el amanecer en la más burda de las caligrafías.

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