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Presagio IV

No veo el fondo de la herida Mi cascarón no se entera del saqueo Porque no distingue Entre su mar, y el tuyo Amortiguada, parestésica, Le rindo mutis A mi extinta fe Volviste tú y no él Le hablo pero eres tú el que escucha Tú, transparente calabozo Tú, nautilus Me has devuelto el hedor a resignación Y tu murmullo me regresa a mi primera muerte. Se expande  La escisión Y la repudio Como a la calma Que precede  Tu llegada Que la carne roída te extrañe Como yo extraño a ese que te disgusta ser

Tabula rasa

Queremos siempre maltratarlos nosotros mismos:  «¿No tiene uno nuevo?». Y nos vamos, descuidados, con el libro en la bolsa, en la mano que suda, en la mochila de fondo flexible, donde también hemos metido unos buñuelos —intactos, para poder quebrarlos a gusto antes de comerlos. Queremos siempre empezar de cero: «Como si nunca me hubiera enamorado». Y entregamos el corazón a su verdugo, que, habiendo empezado un diario en blanco, ha olvidado ya que es experto en sacrificios.

Emisario

No mires con mucho cuidado. Dime la verdad, tú ya lo sabías, ¿no es así?: que tengo una alternativa enrollada en las rendijas, que me escabullo justo después de entregarme. No, no mires mi huella en el alféizar, es que pensé que no volverías. Mejor dime cómo encontraste mi centella. Prometo —no—, perdona, no puedo. Sabes que a veces me angustio y me da por huir; lo prefiero a despertar y descubrir que volviste a ser vapor. Busco mi fin en cada esquina, con tal de morir un poco. Me busca también mi muerte, y me llama, para hacerme nacer cada día. Dime: a estas calles y a sus sirenas, ¿quién les ha enseñado mi nombre? Sospecho de ti, que emerges del musgo en los días lluviosos, con puñados de figuritas coloridas que has traído de otros mundos. ¿Por qué es a mí a quien le compartes? Sospecho que es porque tu risa se enciende cuando encuentra oídos abiertos. Dime, ¿es que de nuevo olvidé poner el pestillo? Pero sigue hablando, que mientras te escucho no quiero escapar. Y es que cuando te l...

Noctilucente

Te busca el aire y no entiende por qué. Yo tampoco entiendo. Cuando se trata de ti, es temperamental, el viento: invoca lluvia sobre los yermos; levanta las hojas y escudriña los rincones.  Quizá lo que pasa es el cielo no se lo cuestiona, mientras que yo desgloso los recuerdos como si estuvieran hechos de sílabas. Al parecer también soy ciegamente temperamental cuando se trata de ti. ¿Cómo no serlo, si tu frenético sosiego inspira a los alto estratos? Quisiera reinventar las nubes y dotarlas de la música de tu silencio.(Quien las nombró, claramente, no era poeta).  ¿Cuántas horas te he soñado mientras floto en alas ajenas? Pero es que solo ahí te encuentro: en la antorcha del escorpión y en su inmolación. Ahí donde no existe el tiempo. Una vez vi una pareja alcanzarse de un lado al otro del pasillo durante un aterrizaje turbulento. El gesto tenía cualidad de eterno. Con un simple movimiento del brazo, se alcanzaron a través de las décadas. ¿No te parece increíble que los pilo...

Austral

Debieron ser las palabras las que me transportaron de latitud. No fue como había planeado, pero en cualquier caso llegué justo a tiempo para el deshielo. Afuera celebran, despiden los días más largos, pero en mi ventana suena la canción del otro equinoccio; su quietud marcera opaca el remanente lamento. Resplandecen los jazmines.

Por razones psicológicas

Hoy eres azul Hoy estás     azul        más que ayer           menos que mañana Centrifugados del núcleo regresamos al estado vaporoso  — Tormenta latente — Respiro en las secuelas de la creación  Camino  al ras de un suspiro que no ha dejado de ser. Y en ánimos de preservarte Miraré hacia la periferia interior Mientras llega la hora

Niebla

 Voy desbordándome  de un despropósito a otro. Como el hilo de todos los cantos, universal, emerge el sagrado anhelo de incorporeidad. A veces me pregunto si de haber contenido la respiración, tú hubieras exhalado en mi lugar. Oh, gitano. Ahora que lo pienso, sólo floreces en el ocaso. Quisiera esperarte, mas, como tú, ya me he ido. Quiero amarte como te amé cuando no te conocía. Quiero volcar sobre tus claras sienes la convicción del encuentro. Pero no hallo en mí la fuente y no te amo. Déjame mirarte. Quizá surja como brea, el abrasador —oh, catapultante — pabilo encendido. ¿Qué habré hecho yo de esa flama que llevaba como marca en la frente? ¿Dónde ha quedado mi ensoñación?  Ahora que tanto está en juego, no cuento con mi centella. Te ruego: no te desvanezcas antes de que la recupere. Quédate un rato más. Unas páginas más, solamente. Cien libros, quédate. Y claro, cuarenta y dos poemas. A donde sea, vamos. ¡Cómo te habría querido yo, lustros antes!  Incandescente,...