Secuelas

La última vez que me reconocí fue en tus ojos. 

Me desconcertó, como todo lo que tiene que ver contigo. Ante su intervención, hube de aceptarlo, como establece mi pacto con la divinidad.

Únicamente tú y el plumbago, con sus pabilos de  mieles oceánicas. Tú y el plumbago... «¿Qué hay más poético que lo mundano?», te pregunto, pero ya estás más allá del horizonte.

Aún se agita el resuello con tu voz; ambiciosa voz de autoridad titubeante, que me alcanza y me cambia. Voz que ya empiezo a olvidar. Voz de caricia, voz de premonitorio aciago, de certeza campera. Voz de refugio.

Ahora, sólo a ojos cerrados puedo atravesar la persiana de sal. La luna a medias, el dragón azorado, los espasmos dactilares. Sin llanto ni promesas.

Se esfuman las décadas disfrazadas de instantes. Se me escurren tras la cuadrícula desierta y ya no te sabría «tú» aunque te tuviera enfrente. Figmento incorpóreo, te evaporas durante este traslado absurda~ dolorosamente indoloro: eres breve y eterno como el adiós.

Mas me expando ya en cada «otro» que conozco. Pongo resistencia en vano y ya siento cómo mi núcleo reconstruye el fragmento que se quedó contigo.

Es inevitable: pronto me reconoceré de nuevo.

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