Despedida

Me sabe a destino y me basta — me digo — el racimo de instantes. Me basta y te portaré a modo de suspiro (para no levantar sospechas).

Faltas en un día vacío, antes de la luz. Faltas ya cuando miro atrás desde un domingo que no ha pasado.

La primera vez que nací, también fue domingo. No sabía entonces, como no sé ahora, si sería diligente.

Determinada como estaba a encontrarte, me consuela el recuerdo (o la anticipación). ¿Por qué hube de esperar a mi partida para cultivar tu sonrisa?

Otro paso y otro que se alejan —la quiromante, decepcionada. La terca anti-diligencia. La línea alternativa: la otra, siempre la otra.

No hubo tiempo más angosto. ¿Por qué siento debilidad por las últimas llamadas?

Pero me basta — repito —, y el bastar — o el repetir — sosiega el desgajo, suaviza la partida, contradice las lágrimas que se preguntan si acaso también te bastó a ti.

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