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vi

Tu sangre se ha borrado del contrato. Las palabras son ahora tan inútiles como la esperanza. Y en la estación —apenas— No es el corazón lo que se duele, es la memoria, son los años. Ya no le llamamos tristeza. No es dolor ni pena; es certeza.

De cómo te escribo

                         RD Apareces siempre, velo consumado; la certeza de la lengua inerte. Y callas para ser recitado en voz ajena. Naces en las líneas ocultas, en las que no se sospechan, en las cosas que no se dicen. Debilidad incesante, luciérnaga de humo, eres el más robado de los versos. Tú en todos los poemas, tú en cada amor que no germino.

Retorno

Una borla saganiana. Un pretexto para cerrar la ventana, abrir los ojos, mirarlo todo excepto lo que deberíamos. Un sueño inacabado que nace cada noche de lo peor de mi cordura. Ese punto tan pálido como tu ausencia, que a veces termina de enmarcarse en el espacio que creemos conocer. Un juego —el juego eterno— de no atraparnos. Una galaxia contenida en la inexactitud de un suspiro prometido. Tu mirada, afilada de lustros, acezante de señuelos. El truco de no esquivarnos. Condenamos las lejanías de cada vida que a la que se aferran las sirenas, de cada nacer que no cedemos. Y en ellas, el recuerdo luminoso: corpúsculo que nos contiene. Un juego —el mismo juego— de nunca amarnos. Como los anhelos, renunciamos a ser más que todos nuestros futuros. Dejamos de ser veneno para encarnar la invariable muerte después del beso.

iv

De entre los tormentos te reconocía por sutil, por inevitable.  De entre mis deseos, por tu disfraz de ilusión marchita; de antídoto. Y de entre las laderas de tus pupilas me reconocía en el brillo acuoso de tu partida.

iii

Me encuentro constantemente atrapada en tu heterología. "¿Quién eres?", me preguntas, como preguntándote a ti mismo. Y yo, que sólo soy —a duras penas— niego lo que me queda: silencio. Me desencuentro constantemente en conferencias distendidas. Sabiendo que sé, ya no preguntas.

Sin título

Extraño esos días nocturnos, quererte con incertidumbre, exaltarte a ciegas. Aunque sé que no habrá más secretos entre nuestros silencios, hay algo en tu arrepentimiento que se transparenta en las comisuras de cada sonrisa tuya. Vuelvo dormida a ofrecerme como envase, vierto mi pasado en tinta En lo que desconozco, te encuentro. Pero dentro, sé que siempre ha sido demasiado tarde. 22 03 15

ii

Para leer un poema, habrá que renunciar a mirarle, a entenderle, a tenerle siquiera. El poema de tibio humo debe leerse en sueños, nunca directamente. Habrá que dejarse anestesiar, como las plegarias hacen con la fe. El poema se inhala, se hilvana en su reflejo.  Para hacer un poema, habrá que volverse polvo de lágrimas. El poema, como el amor, debe hacerse intensamente y de a poco; Dejar que orne en tus deseos su delicada filigrana.  Volver tranquilamente la vista del poema, que cuando no lo sea más, nacerá en vestigio de sílabas.

i

Silencio de tormentas, de suspiros inacabados; la muerte tuya. Aladas, las últimas palabras se piensan, se repiten, se abandonan. Al alba, aún, las últimas palabras —las de siempre— fallecen sin ser pronunciadas.